“Todos los entrenadores hablan sobre el movimiento, sobre correr mucho. Yo digo que no es necesario correr tanto. El fútbol se juega con el cerebro. Tenés que estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Ni antes ni demasiado tarde” (Johan Cruyff).
Crack en el césped y desde el banco, el holandés sabe de lo que habla. Una de las claves de su maravilloso Barcelona era la ubicuidad de los futbolistas. “Yo a mis equipos los paro bien en la cancha. El problema es que empieza el partido y los jugadores se mueven”, ironizaba “Coco” Basile. En este arco conceptual, la Selección está mucho más cerca del desequilibrio que preocupaba a Basile que de la excelencia alcanzada por los hombres de Cruyff. Esa es la madre de los dolores de cabeza defensivos que padece Argentina en el Mundial. Por más situaciones de gol que se generen y más allá de la magia que Lionel Messi pueda elaborar, la imprescindible consistencia de mitad de cancha hacia atrás sigue siendo una deuda. Y de aquí en más, los fondos buitres disfrazados de adversarios cobrarán al contado.
La lesión de Sergio Agüero le permite a Alejandro Sabella sacarse de encima ese chaleco de fuerza que para él representan los cuatro fantásticos. La presión por alinearlos le viene ganando a sus convicciones tácticas. Ahora, con Agüero fuera de la cancha -al menos el martes contra Suiza- puede armar un 4-4-2 sin que le caiga encima la guillotina popular. Entre esa opción y la de cambiar punta por punta navega el entrenador. La práctica de ayer, liviana y sin exigencias, no ofreció el mínimo indicio.
Con tres delanteros en el campo, al DT se le abre otro interrogante. Ezequiel Lavezzi está filoso, pero Rodrigo Palacio le ofrece más sacrificio, despliegue en retroceso, presión para obstaculizar la salida limpia del rival. Palacio es aplicado y “lee” muy bien el juego. Gonzalo Higuaín habló del tema ayer. “Si jugamos 4-3-3 los de arriba tenemos que ayudar -apuntó-. A veces es difícil porque los tres delanteros terminamos, también con ‘Fideo’ (Di María), muy lejos de la mitad y es complicado volver. Por ahí de afuera se ve más fácil, pero la hora, el calor, el ida y vuelta, con este esquema a veces se hace difícil. Pero con el compromiso y voluntad de los delanteros a los volantes se los ayuda bastante”.
Di María arrancó retrasado contra los nigerianos, cerca de la media cancha. Así Javier Mascherano y Fernando Gago se vieron más aliviados. Si Sabella sacrifica un punta y añade un volante el martes, ese bloque de cuatro debería equilibrar al equipo. La cuestión es no perder poder de fuego, como ocurrió durante el primer tiempo contra Bosnia, ni entorpecer el propio funcionamiento, como pasó cada vez que Pablo Zabaleta y Maxi Rodríguez chocaban por la franja derecha. El martes fue Ricardo Álvarez el que se movió por allí cuando salió Messi. ¿Y si Sabella sorprende con Augusto Fernández o Enzo Pérez? Todo es posible.
La cuestión, volviendo a Cruyff, es cubrir la cancha con inteligencia, sin sobreexigirse en cada cruce. Gago no es un recuperador como Mascherano, pero las circunstancias lo obligan a involucrarse en la pelea por la pelota. Hasta ahora es un déficit. La inagotable capacidad pulmonar de Di María le permite ir y volver como un tren bala, lo que no significa que siempre es eficaz cuando le toca defender. La consecuencia es que la Selección queda descompensada cuando la atacan por sorpresa. Pierde la pelota y los centrales quedan uno contra uno, a matar o morir frente a un rival que viene de frente y más de una vez cuenta con un compañero para descargar el pase.
El flanco izquierdo de la defensa está más firme que el derecho. Tiene que ver con la regularidad de Marcos Rojo y con la capacidad de Ezequiel Garay para cruzar hacia el lateral. En cambio, por la derecha Argentina es tan permeable que iraníes y nigerianos encontraron licencias para explotar esos huecos. Federico Fernández y Zabaleta no están sintonizados y los volantes no llegan con margen para cubrirlos. Son luces rojas. Por allí se gestaron el gol de Bosnia, el primer tanto de Nigeria y los avances iraníes que salvó milagrosamente Sergio Romero.
Hay tres aspectos que la Selección necesita ajustar para afrontar lo que viene con otra perspectiva:
1) Cuidado extremo de la pelota. La posesión es un arma determinante porque Argentina tiene la capacidad técnica para sostenerla. Cada pérdida de la pelota es un problema grave frente a adversarios cebados con el contragolpe. Prohibido regalarla ante Suiza.
2) Compensación en el medio. Es de lo que habla Cruyff. Achicar el espacio entre Gago, Mascherano y los centrales; mantener el escalonamiento con la máxima concentración; ocupar los espacios vacíos para no regalarle margen de maniobra al rival. Seguramente implicará despoblar un poco la ofensiva, pero la contraprestación es ineludible.
3) Relevos, cruces y anticipos. Es la coordinación imprescindible que se necesita en el fondo, en especial entre Zabaleta-Fernández, Fernández-Garay y de Gago con todos ellos. Las marcas están funcionando aceptablemente en el juego aéreo, pero se pierde demasiado cuando a la Selección le llegan con estiletazos cruzados o tocando en velocidad.
Sólo Brasil fue campeón mundial en 1970 con una defensa opaca, pero ese equipo (Pelé, Tostao, Gerson, Rivelino, Jairzinho) era capaz de ganar jugando sin arquero. En esta Argentina el único fuera de serie es Messi. Alrededor de Messi el equipo quiere ser, pero le faltan tantas materias que sólo con un curso acelerado podrá meter mano en el bolillero. Entre esas asignaturas, si no aprueba las básicas de defensa será imposible regresar a casa con el diploma en la mano.